16 abr 2009

Amor imposible, supongo...

... no porque él sea un perfecto y juvenil vampiro de cabellos cobrizos y ojos dorados y yo una simple humana torpe y ñoña; no porque él sea una de-repente-estrella-del-rock que utiliza tres botes de laca diarios y parece más femenino que yo, que solo soy una hormonada fan de prominente flequillo; tampoco porque él sea un Montesco y yo una Capuleto; básicamente ella es la campanita de la estación de trenes y yo solo soy una admiradora.
Se que resulta difícil, incluso increíble, pero esos tres soniditos hacen que a veces me levante una hora antes de lo previsto para disfrutar del silencio de las calles, aun somnolientas, que nos separan y así poder oírlo.
No puedo evitarlo, en plena semana de exámenes, en días asquerosamente deprimentes, días tristes, lluviosos o simplemente apagados, días en los que el sol se niega a salir de detrás de las nubes o días en los que las broncas empiezan ya por la mañana... ese sonido siempre me saca una sonrisa. Es completamente involuntario, os lo aseguro.
No, no puedo evitarlo. Me revuelve de los pies a la cabeza, me tranquiliza y a la vez me da energía, y entonces ¡zasca! una sonrisa.

Ese sonido debería ser real. Sin duda sería una de esas personas con las que sabes que puedes contar siempre, sin importar tu estado de ánimo, te mira, se acerca, te abraza y al separarse te sonríe. Como si todo fuera bien, como si todo hubiera pasado, solo con esa sonrisa. Sonríes.
Y nunca te fallaría, sería incapaz de herir a alguien, sería una de esas que después de una discusión no vuelven a dormir tranquilas hasta que todo se arregla.
Si, definitivamente ese timbre debería ser una persona, sin importarme de donde fuera, haría lo que fuera para encontrarla. Sin ninguna duda sería una de esas personas que valen la pena.
Mientras tanto, sé de una que seguirá despertándose pronto para oír un timbre de una estación de tren, para luego sonreír.

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