Sentada en aquella butaca del salón, con el benjamín de sus tres hijos jugando sobre sus rodillas, ella no podía dejar de pensar en aquellos brazos. Aquellos brazos fuertes y torneados que la abrazaban y la acariciaban con tanta intensidad que parecía que quisieran fundirse con su propio cuerpo. Pensaba también en aquellos labios que, sutiles pero apasionados, recorrían beso a beso su cuello desde la clavícula hasta el hueco debajo de su oreja, por donde sus arterias enviaban desbocádamente sangre a su aturdida mente. Si, le volvían loca aquellos brazos y aquellos besos. Perdía el control. "¡Porfavor céntrate!" pensaba, y se encontraba de nuevo en aquel salón.
Le dirigió una mirada a su marido, que leía absorto el periódico, y pensó que era una pena que no fueran aquellos los brazos con los que ella tanto disfrutaba.
Un par de horas después se ataba el cinturón de su gabardina y salía en busca alguno de aquellos, y entre ellos era Julia, entre otros Marta, María, aquellos labios susurraban contra su cuello "Eva, Judith, Susana, Sofía" Y era siempre ella, la que enloquecía, la que perdía el control.
Y no podía evitar sonreir al pensar que tenía todo lo que podía desear una mujer.
Es interesante, para cada persona somos un universo dierente...
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